Sólo había que echarle un ojito a la predicción del tiempo para ver que hoy también tocaba tifón tropical, y efectivamente nos ha pillado de camino a nuestro refugio del día: el Museo Metropolitano de Nueva York, ese que veía en el libro de Historia del Arte de Bachillerato atesorando miles de piezas de todo el mundo y que jamás pensé que iba a terminar recorriendo. Las vueltas de la vida, ya ves.

El Museo es lo mas parecido que existe aquí al British Museum: una sucesión de salas que guardan con gran orden y visibilidad miles de obras de arte y piezas de todo el mundo y de todas las épocas. Así sin salir del edificio uno recorre más de 40 siglos (si, 4000 años, esta bien contado) y culturas que van desde la egipcia hasta la oceánica, pasando por las catedrales de Valladolid, Sevilla o Siena hasta los templos completos del valle del Nilo o el patio de un castillo andaluz, y todo ello fácilmente caminable y más en un día de tormenta.

Una vez visitado medio museo (dejamos el otro medio para más adelante, que es «gratis») decidimos con mucho acierto comer en un mexicano cercano a la parada de metro…y que gustazo: buena comida a buen precio en uno de los barrios mas pijos de todo Manhattan, con una camarera encantadora que se ha dejado caer un par de chupitos premiando nuestra compañía y charla, supongo. Una inmigrante de hace casi tres décadas que agradece lo acogedor de estas tierras pero echa de menos la calma y el sosiego latino, la tranquilidad y cercanía de los nuestros. Pellizquito.
Y dadas las gracias, emprendimos vuelta a casa en metros atestados de hormiguitas y predicadores, a salvo ya de tormentas y huracanes. Buenas noches